
He aquí un fragmento del “Manifiesto contra la violencia de género”:
Sí, sin duda, la violencia contra la mujer ha tenido y tiene mil caras. La más común en nuestros días es la que nos llega a través de los medios de comunicación: LA VIOLENCIA DOMÉSTICA. Mujeres maltratadas y asesinadas a manos de sus novios, de sus maridos, de sus compañeros sentimentales. De aquel que en otro tiempo fue un niño o un joven cariñoso, de mirada inocente y sonrisa encantadora, que todos conocíamos y amábamos, que recibía y devolvía los besos de una madre, una hermana o una amiga. De aquel a quien el alcohol, las drogas o las insatisfacciones personales han convertido en un maltratador. ¿Es, tal vez, el maltrato a la mujer una vía de escape a las carencias y frustraciones del varón, que arremete contra lo que considera el sexo débil, precisamente porque en su interior sabe que la mujer ha sido, es y siempre será un sexo fuerte? La que lucha, la que sueña, la que llora y sabe despertar, la que presta su mejilla a los besos del amor, la que remonta con alas de águila el sueño de la vida. Nunca mejor ocasión para recordar las palabras de la escritora MARÍA LEJÁRRAGA: “Las mujeres callan, porque aleccionadas firmemente por la religión, creen que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia de hombre; callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener almas de esclavas”. O aquellas otras: “Fue tu compañera y no fue tu igual…Pensó contigo, luchó contigo, trabajó contigo… ¡tú sólo triunfaste! ¿Quién se ha retirado, a la hora del triunfo, para dejarte a ti toda la vanagloria? ¿Quién ha hecho el silencio en torno suyo para que no se oyera nada más que tu voz? Ella fue la mujer que despertó del sueño secular y sintió su derecho como un pecado; la que, consciente de su inteligencia se la quiso hacer perdonar como un crimen”.
También conozco al hombre luchador, que sueña y que llora, pero de una manera más fácil. ¿Cuántas mujeres acceden a puestos de poder? Su reconocimiento profesional nunca es igual que el masculino, sufren acoso sexual y, de vuelta en el hogar, se esclavizan tras el brillo de las baldosas. ¡Cómo no sentir su dignidad perdida ante un cúmulo de responsabilidades impuestas por las circunstancias y por la sociedad, pero, sobre todo, ante un cúmulo de responsabilidades permitidas y no compartidas, cuando se les escapa el tiempo para contemplar una flor o pasear descalzas sobre la arena de la playa!
Y, en cuanto a mi nombre, no quiero ser “señora de …”, solamente QUIERO SER, con todas sus consecuencias: “La que lucha, la que sueña, la que llora y sabe despertar, la que presta su mejilla a los besos del amor, la que remonta con alas de águila el sueño de la vida”.