jueves, 20 de agosto de 2009

PREGÓN DE LAS FERIAS Y FIESTAS DE CAMPILLOS 2009, POR ANA HERRERA BARBA



POEMA “PUEBLO” DE FEDERICO GARCÍA LORCA

Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
Oh pueblo perdido
en la Andalucía del llanto!


POEMA “RUEDO” DE JOSÉ MARÍA HINOJOSA

En el pueblo,
el ruedo
es la bandera
del tiempo.
Pegujal,
rastrojo
y barbecho.
Hazas de colores
son cercas
del pueblo.
Hazas rodeadas
de un verde gris
inmenso,
mientras pasa
el pegujal,
el rastrojo
y el barbecho.


Sr. Alcalde, Sr. Presidente de la Comisión de Festejos, Sras. Concejalas, Sres. Concejales del Excmo. Ayuntamiento de Campillos, queridas amigas todas y queridos amigos de Campillos, buenas noches. A nuestros amigos y familiares que vuelven de fuera para convivir con nosotros en estos días de feria, también buenas noches y siempre bienvenidos. Quisiera dedicar este pregón “a nuestras madres, a nuestros padres, a nuestras abuelas y abuelos, a los que antes que nosotros pisaron este bendito suelo”. Muchas gracias a Antonio Lebrón por sus palabras entrañables y sinceras. Soy yo la que me quedo ahora sin ellas para responder a los múltiples elogios que me ha dedicado, a los recuerdos maravillosos sobre mi calle y sobre mi infancia que se han despertado en mí. Él sabe que se lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón. Hace unos meses, Loli Gómez, concejala de festejos, me llamó por teléfono y me propuso que dijera el pregón de las Ferias y Fiestas de Campillos 2009. A su lado, yo oía la voz de Antonio Gómez, concejal de cultura, diciéndole que no recordaba a ninguna otra mujer dando un pregón de feria, aunque sí en otros espacios de la vida de nuestro pueblo. Entonces les respondí que para mí era un honor ser depositaria de tan noble tarea, y que, dada mi condición de mujer, ese honor era doble. Estoy segura de que todos los campilleros y campilleras, algunos incluso de adopción, merecemos esta distinción. Por ello, desde aquí elevo las gracias al Excmo. Ayuntamiento de Campillos, en la persona del Sr. Alcalde y de toda la Corporación Municipal que me brindan la oportunidad y la enorme satisfacción de pregonar estas fiestas. Nada más hermoso que ser pregonero o pregonera de los acontecimientos de un pueblo: quien pregona, quien anuncia, quien da la bienvenida. Y espero y deseo que a partir de este año sean muchas las mujeres que ocupen este lugar, este pequeño espacio de la vida pública, junto al varón, y suban aquí a dar el pregón a sus conciudadanos y conciudadanas de Campillos. Eso demostraría que, después de tantos siglos de olvido de la figura femenina, el “avance hacia la igualdad” es un camino imparable que todos y todas, hombres y mujeres, tenemos la responsabilidad -así lo creo- de apoyar, para poder caminar al lado de nuestros hombres de igual a igual, al lado de nuestros abuelos, padres, maridos o compañeros, hijos, hermanos, primos, sobrinos, amigos, a los que amamos y siempre amaremos con locura. También quiero con motivo de esta ocasión dar las gracias y devolver las muestras de apoyo y cariño que siempre he recibido de mis familiares, amigos, vecinos y conocidos.

Y he querido comenzar hoy este acto, en esta noche mágica y maravillosa, la primera noche de nuestra feria, con dos poetas de la Generación del 27 que tuvieron el mismo y noble sentimiento de escribir un poema dedicado al pueblo. El primer poema titulado “Pueblo”, del poeta granadino Federico García Lorca, encierra la esencia de cualquier pueblo de nuestra Andalucía, y el segundo, “Ruedo”, de José María Hinojosa Lasarte, es un poema que guarda la entidad de nuestro pueblo, Campillos, y el pueblo que lo vio nacer. Si bien hay en el primero ciertos elementos que han desaparecido en la actualidad: las callejas, los hombres embozados, la Andalucía de antaño, sufridora, del llanto, como bien la denomina Federico García Lorca, y que hoy todos consentiríamos en decir la Andalucía del progreso, hay en el conjunto de estos versos otros elementos que se me figuran eternos, que perdurarán a través del tiempo, porque ahí estará siempre nuestro pueblo, Campillos, con su devenir de tantas generaciones de campilleros, pero con su pegujal, su rastrojo, su barbecho, su monte pelado, su calvario, su agua clara, sus olivos centenarios, y, ¿cómo no?, la veleta sobre su torre eternamente girando.

Y pienso que quizás sería este el momento oportuno para hacer una breve reseña histórica de aquel lugar denominado El Campillo, Campillos, La Puebla, La Puebla de Campillos, El Lugar de… Repasar la vida de un pueblo, relativamente moderno, con quinientos diecisiete años de historia en su haber, es remitirnos, a parte de otros documentos repartidos por archivos y bibliotecas, a los únicos libros que existen sobre este quehacer: “Apuntes históricos de la villa de Campillos” de D. Antonio Aguilar y Cano, hombre notabilísimo y de una vasta cultura, hijo de la villa de Puente Genil, nacido en 1848 y muerto en 1913, que ocupó por oposiciones una plaza pública en el Registro de Campillos, lo cual, es fácil pensar, le condujo a la reconstrucción de nuestra historia. De este libro existe una edición facsímil editada por Don Ildefonso Felguera -con la colaboración del Excmo. Ayto.de Campillos-, quien años después editó una “Miscelánea campillera” para el V centenario de su fundación y recientemente ha presentado el volumen “Documentalia”. El otro libro “Pequeña Historia de la Villa de Campillos” pertenece a D. Baltasar Peña Hinojosa, poeta, escritor y vecino ilustre que fue de nuestra tierra.

Dice don Antonio que las llanuras de Campillos, exentas de historia y de población, cubiertas de páginas en blanco hasta el día de su fundación, presenciaron más de un hecho digno de ser recordado.

Posteriores descubrimientos han llevado a la conclusión de un gran tránsito de personas y mercancías por estas tierras, como prueban los restos arqueológicos pertenecientes a la Prehistoria y otras etapas de la Antigüedad, hallados en algunos lugares próximos al pueblo.

Nos remite tal señor al libro “Protocolo” de la Iglesia parroquial de Campillos, donde se nos aporta la fecha de 1492 como año de su fundación, reinando en España D. Fernando y Dª Isabel, los Reyes Católicos, y recién terminada la Reconquista de Granada. Y recuérdenlo bien, el mismo año en que Cristóbal Colón descubrió América. Viendo algunos vecinos de Osuna que la tierra era fértil y abundante para labor, se juntaron y la tomaron en arrendamiento al señor de Teba por un periodo de nueve años. Por estar lejos de Osuna hicieron unas chozas para meter el ganado. Como es de suponer, con el tiempo prosiguieron los arrendamientos a los que se sumaron nuevos vecinos de Teba, Antequera y otros lugares. Cuando había más de sesenta casas, los pobladores pidieron un sacerdote al obispo de Sevilla para que les dijese misa los días de fiesta. El crecimiento de la población, la ausencia de autoridades y la venida de mucha gente de sospechoso vivir, fueron causa de que se cometieran muchos delitos y de que los vecinos anduvieran de noche con espadas, broqueles y estoques largos para defenderse. Por ello, otro día se reunieron los vecinos y acordaron comprar la jurisdicción al rey, separarse de Teba y tener su propio gobierno. Después de salvar duros contratiempos, el privilegio de Villazgo, independiente del condado de Teba, le fue concedido por el rey D. Carlos II en 1680 y confirmado por D. Carlos IV en 1792, trescientos años después de su fundación.

Para los curiosos de nuestro pasado, se nos ofrecen datos, que seria largo y tendido descifrar hoy aquí, baste aclarar que son datos sobre sus calles, sus plazas, sus edificios públicos, sus ermitas – la de Santa Ana, hoy desparecida, construida probablemente por los alrededores de 1500 y algo, y que fue durante más de veinte años una pequeña choza que dio nombre a su calle; la ermita de San Benito de 1592, quedando recibido en ella por patrono de Campillos a San Benito Abad; la de San Sebastián, de 1631 y Nuestra Señora de Belén, de alrededor de 1798-. Datos sobre la iglesia parroquial Nuestra Señora del Reposo, en honor a la patrona de nuestra villa. Cuentan que habiendo 150 casas en el pueblo, teniendo que llevar a bautizar a los niños a Teba y viendo que la gente se moría sin recibir los auxilios espirituales, de nuevo se reunieron los vecinos y pidieron la erección de una parroquia al Arzobispado de Sevilla, que concedió además dos curas. Desde 1537 sufrió profundas remodelaciones hasta ser derribada por peligro de ruina en la estabilidad del edificio y terminada su construcción definitiva en 1821, año en que Campillos fue nombrado cabeza de partido judicial. Se nos arrojan detalles de sus personajes, sus profesiones, sus fiestas, el día a día de un pueblo inmerso en las cuestiones sociales y políticas de su tiempo, un pueblo de talante inquieto y emprendedor, un pueblo que ha atravesado épocas de paz y épocas de guerra, y que no ha parado de crecer hasta llegar a lo que hoy es: nuestro Campillos, con más de 8.600 habitantes que viven de la agricultura, la ganadería, la industria peletera; con importantes colectivos humanos, como la banda municipal de música, las bandas de cornetas y tambores, las asociaciones culturales, las asociaciones de mujeres, las asociaciones solidarias, las asociaciones juveniles, las peñas flamencas y de amigos, las hermandades de Semana Santa, los equipos deportivos; con importantes centros de enseñanza como el grupo escolar Manzano Jiménez, el instituto Camilo José Cela, el colegio La Milagrosa y el colegio San José, por cuyas aulas hemos aprendido tanto y echado tan buenos momentos, y que aún hoy arrojan tanta luz sobre nuestros niños y adolescentes; con nuestras fiestas de carnaval, la verbena de San Benito, la feria de agosto y la Semana Santa. No olvidemos sus lagunas – Dulce, Oropéndola, Redonda, Mancela, Capacete, Camuñas, Cerero, Salada, Toro, y la del Cortijo El Lobón- la mayoría de las cuales han sido declaradas Reserva Natural Lagunas de Campillos por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. Tierra de artistas, poetas, intelectuales, pero, sobre todo, de gente honesta y trabajadora que porta un espíritu noble y solidario, heredado, sin duda, de nuestros antepasados.

Y yo me pregunto, ¿por qué será que amamos tanto a nuestro pueblo? Algunos campilleros han encontrado el sentido a su existencia viviendo siempre aquí, otros se ha marchado y han vuelto al final de sus días, y otros no han regresado nunca más, pero fuere como fuere, la respuesta está en el alma de todos. Porque es el pueblo de nuestra infancia, de nuestra adolescencia, de nuestra juventud, para muchos de su vejez, de nuestros mayores, de nuestros amigos, de las vivencias más hermosas que van conformando nuestra vida y que siempre vamos a llevar en el rincón más íntimo de nuestro corazón. ¿Cómo no recordar las frías mañanas del invierno o las calurosas tardes del verano entregados a nuestras ocupaciones cotidianas, el renacer de los flores en nuestros patios en los tímidos días primaverales, o el goce de las melancólicas tardes de otoño en nuestros parques? Déjenme que recuerde con especial cariño las noches serenas del verano, al fresco de las calles, en medio del canto de los grillos, el silencio de la tierra, las risas de los hombres, las chirigotas de mi abuelo haciendo reír a la gente. Déjenme que recuerde la alegría de mi padre sobre el trancón de mi casa cuando me veía aparecer al fondo de la calle, la voz de mi abuela y de mi madre llamándome para que hiciera cosas provechosas. Déjenme que recuerde la vieja higuera donde mi hermano y yo columpiábamos nuestros sueños infantiles, los rostros iluminados de sabiduría de mis maestros y mis profesores abriéndome las puertas del conocimiento, los ratos de charla y cerveza con los amigos y familiares, los juegos lejanos por la viña y el olivar, y tantos y tantos recuerdos.

Por ese amor a nuestra tierra y a la humanidad he traído conmigo este maravilloso poema de una gran poeta nicaragüense, Gioconda Belli.

GIOCONDA BELLI. SOBRE LA GRAMA
UNO NO ESCOGE
Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.
Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.
Nadie puede evadir su responsabilidad.
Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.
Todos tenemos un deber de amor que cumplir,
una historia que hacer
una meta que alcanzar.
No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.

Y llega el momento, se preguntarán ustedes, de que hablemos de nuestra feria.
En los documentos consultados se constata que en un principio no teníamos ferias ni mercados. La primera referencia a las ferias data de los años 1845/1850, donde se expone que hay una feria que se celebra los días 13,14 y 15 de agosto de cada año, que en ella se venden y permutan ganados de todas clases, con especialidad vacuno y cabrío, y que según sus progresos llegaría a ser tal vez de las de más consideración de Andalucía. En otro documento más reciente se hace referencia a la feria allá por el año 1920, y en él se afirma que la feria, que se venía celebrando el 8 de agosto, se pasó al 16, 17 y 18 haciéndola Real de ganados, y se hacía Mercado en las inmediaciones del pozo de los Bueyes. El cambio fue para obtener más éxito al acercarla a la de Cañete la Real que las festejaba del 13 al 15 de agosto; 16 al 18, Campillos, dejando el día 19 libre para enlazar sin prisas con la de Antequera que comenzaba el 20 de agosto.
Así que hoy demos la enhorabuena al pueblo de Campillos que en estos días celebra sus ferias coincidiendo con la festividad de la Asunción de la Virgen, pues en ninguna de ellas falta el emblema del santo, alcanzándose de esta manera la simbiosis perfecta entre algarabía y religiosidad.
Desde los tiempos más remotos los gobernantes sabían de la necesidad de sus pueblos de organizar sus propias fiestas y homenajear a los dioses. También el despertar del comercio, con posterioridad al año mil, fue un acontecimiento paralelo al despertar de la vida urbana y a la evolución de la banca. Comenzaron a desarrollarse pujantes ferias en toda Europa. Se trataba de encuentros de mercaderes en fechas fijas y en lugares señalados. En una época tan religiosa como aquella no es de extrañar que las numerosas actividades comerciales estuvieran unidas a los actos religiosos de toda índole y también al deseo de diversión, produciéndose así un entronque entre todos.
En las fiestas la gente cantaba, reía y se sentía esperanzada. Han pasado muchas lunas y aún aplaudimos la llegada de las fiestas con la misma fe. Para muchos es un tiempo para el olvido de las preocupaciones cotidianas, para romper con la fatiga del trabajo diario, para vivir, aunque sólo sea por unos momentos, abandonados al impulso del presente. Para otros, una manera de seguir conmemorando a Dios. Pero para todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, la palabra “fiesta” es una palabra mágica, la que expresa como ninguna otra el sentir y la alegría de todo un pueblo. Y si no, vengan, miren, escuchen, les voy a contar el secreto de una feria: una puerta grande y luminosa que se instala al principio del parque para que todo el que la pise sepa que acaba de entrar en el recinto ferial; los farolillos de colores rompiendo la monotonía del paisaje; las casetas que cogen su forma acaramelada a un lado y otro de la calle principal; y al fondo, los cacharros de la feria levantando sus poderosas alas para volar entre los surcos de la noche, llevan días y días de trabajo animado y de ilusión derramada entre los raíles del tiempo que se aproxima. Muy cerca, tras las puertas cerradas de sus casas, las mujeres preparan los trajes de flamenco y de gitana; los zapatos, las blusas, las faldas de estreno cubren las almidonadas barras de los armarios y los abarrotados percheros de los cuartos. Y, entonces, el momento esperado, el desfile de gigantes y cabezudos que se apodera de las calles del pueblo, compaces de tambores, vocerío, guitarra. Atrás se aparcan las penas, por unos días el corazón se reviste de una luz violeta, vino, cantares, un calor que abraza. Con la luna, también los niños y ancianos se desparraman por la plaza. Recordemos de nuevo nuestra infancia, caminando de la mano de nuestros padres entre los cacharros de la feria o ilusionados de tómbola en tómbola. De nuestra adolescencia y primera juventud todavía nos queda bastante de aquella fuerza, aquella pasión con que nos entregábamos a la vida, y en algunas noches de feria, noches de verano, sin duda, muchos de nosotros nos rendíamos al amor. Detrás de la cortina de los años, algo se enciende aún en nuestro corazón cada vez que se aproximan las fiestas. Y hacia ellas caminamos juntos, fuere cual fuere nuestra edad o condición, porque nosotros, sin duda alguna, somos el alma de las fiestas, una multitud en algarabía que significa “vida”.

Nos vamos acercando al final con un poema que escribí en cierta ocasión dedicado a la feria de Campillos y que permanecía en un rincón olvidado esperando quizás una noche como esta noche.

FIESTA

Al pueblo de Campillos

Rompiendo la noche en calma,
¡Los fuegos artificiales!
Rumor de un tambor lejano...
Va revistiendo las calles.
Carrozas engalanadas,
¡cien guirnaldas de colores!
Bajo su crin, el corcel,
¡orgullo de raza noble!
¡Ay, que se acerca a mi puerta
la samba y el pasodoble!
Miradas de fiesta cubren
El rostro a los soñadores.
Bajo el cielo de mi pueblo,
los fuegos artificiales
rompiendo la noche en calma.
¡Son las fiestas populares!
¡Ay, qué bendito este suelo!
Este suelo al que yo canto
Fiesta. Júbilo. Cantares.
Dicha. Amor. Quebranto.
Voces que esparce el viento
como ángeles alados
por plazas, parques, aceras,
cerros, colinas, collados.
Mis versos puros del alma
al pueblo que quiero tanto,
en mi corazón ausente
flor de días incontados.

A pesar de las profundas contradicciones de la vida entre la alegría y la tristeza, entre la risa y el llanto, entre la propia vida y la muerte, estos últimos versos los escribí pensando en nuestra obligación de ser felices y de quedarnos con lo mejor de cada tiempo.

Es el tiempo de las horas felices,
de la belleza en la plaza y de la aurora en las fuentes.
Y cuando quede atrás el peso de las profundas contradicciones,
sólo esta dicha será un tesoro en el diván de mi memoria.

Muchas gracias a todos ustedes por su paciente atención. Espero que en mis palabras, además de historia, hayan encontrado un mensaje por la alegría y la paz en los pueblos, por la conciliación, por la cultura y el progreso, por la solidaridad, por la amistad, y, en definitiva, por esa rueda mágica y maravillosa que hace girar el mundo y que se llama AMOR.

¡Campilleras, campilleros, un año más abramos nuestros brazos a la feria, gocemos de cada momento como si fuera una eternidad, vivamos este caudal, este derroche de ilusión y de felicidad compartida! ¡Qué viva la feria de Campillos!

1 comentario:

Aurora dijo...

Magnífico discurso. Campillos tiene una muy buena paisana, escritora, poeta y amante de su pueblo ¡Una buena pregonera!
Enhorabuena Ana.
Besos, Aurora

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