sábado, 15 de diciembre de 2007

ENCUENTRO DE ESCRITORES DOCENTES DE ANDALUCÍA CON LA CONSEJERA DE EDUCACIÓN EN SEVILLA
El pasado12 de diciembre, los escritores docentes andaluces se reunieron en Sevilla invitados por la consejera de Educación, Cándida Martínez, para conmemorar el 80 aniversario de la Generación del 27.
Junto con otros poetas y escritores malagueños tuve la suerte de ser invitada al acto, que fue espléndido, pero que adquirió un insospechado tono reivindicativo que ninguno de los presentes allí esperábamos. Antonio Carvajal, antes de su intervención poética sobre el 27, reivindicó ante las autoridades educativas el prestigio perdido de todos los docentes. José Manuel Benítez Ariza, poeta y compañero de Cádiz, antes de leer su poema, argumentó sobre el potencial humano que hay en los institutos, entre científicos, escritores, pintores, animadores culturales, etc, y cuyo potencial creativo se ve coartado con trabas burocráticas. Sin duda, el dardo más hiriente fue el que lanzó Aurora Luque, que representaba a Málaga. La citada autora cambió la lectura de su poema por una “elegía” por las letras y las humanidades. Señaló que en su instituto había mucho ordenador y ninguna edición seria de Cernuda, la desaparición del bachillerato de humanidades en algunos institutos, la importancia que se concede a los méritos acumulados mediante “cursillitis” y el poco reconocimiento a la labor científica y artística de muchos profesores, continuó indicando la escasa atención que el sistema educativo presta a la literatura y a la cultura en general.
También recitaron en el acto, en representación del colectivo, Pura López Cortés, Juana Castro, José Lupiáñez, Carmen Ciria, Juan M. Molina Damiani y Juan Lamillar. Hubo además recitaciones audiovisuales e interpretaciones musicales a cargo de Juan Rodríguez Romero (piano) y Aurora Gómez Mora (soprano). La presentación corrió a cargo de Mar Arteaga. El acto se cerró con el discurso de la consejera Dª Cándida Martínez.
MI TALLER DE TEATRO
Los alumnos de mi taller de teatro -optativa de 4º ESO- en colaboración con el área de coeducación representaron el pasado 5 de diciembre una obra teatral para manifestar su solidaridad con las mujeres maltratadas. Después de leerles en clase un relato corto que hacía referencia al tema citado, les hice la propuesta de que a partir de mi texto, ellos confeccionaran un guión teatral. Y así lo hicieron. La representación ha tenido gran éxito y a ella asistieron, en dos sesiones consecutivas, todos los alumnos del instituto. También leímos textos compuestos por ellos mismos. Se despidieron cantando una canción contra los malos tratos.
He aquí un fragmento un fragmento de mi relato “SONRISAS QUEBRADAS”

La primera vez que su padre la zarandeó Leni era todavía un bebé que apenas si había cumplido el año de edad. Dicen que la cogió con todas sus fuerzas, la levantó hacia arriba y acto seguido la arrojó contra el suelo como si fuera una muñeca de trapo. A su madre le costó días enteros entender como su pequeña pudo sobrevivir al tremendo porrazo. Pero, como siempre, cerró la boca y calló. Su madre siempre callaba. Las mujeres de su tiempo estaban acostumbradas a callar y a seguir viviendo, si vivir podía llamarse a esa manera malsana de remontar los días carentes de sentido de un calendario vacío, con el único aliento que produce el martilleo constante de una sola frase en la memoria: ”Por mis hijos”. A partir de entonces no sólo soportó los palos sobre su propia piel, en el más absoluto silencio, sino que se llevaba de refilón todos los que iban destinados a sus tres hijos – a Leni y a los dos varones que nacieron después -, pues, siempre que su marido ponía en práctica el diabólico “juego de las palizas”, ella, como el ángel salvador que en todas partes se encuentra, se interponía, con el rostro desvalido por la palidez, entre el maltratador y los infelices chiquillos.
“Mirad como corren los patitos chicos”, era la cantinela diaria de las vecinas cuando cada tarde, al acercarse la hora en que su padre volvía del trabajo, los tres niños corrían como locos calle abajo para alejarse de la casa. A su padre lo llamaban “patito” porque tenía los andares torpes y lentos de un pato, y de ese apodo también se habían hecho ahora merecedores por herencia sus tres desamparados hijos. Cuando volvían al hogar, encontraban días de calma y días de tormenta, pero ellos habían aprendido a guardar silencio, a no llevar la contraria y a retirarse prudentemente a tiempo en caso de que se levantara una mala polvareda, o al menor gesto indicativo de la madre que les avisaba del inminente peligro. Entonces se refugiaban en sus habitaciones y se dormían hasta que la luz de un nuevo día les traía unas esperanzas frágiles de paz y de buenos deseos. Aquella tarde, desde luego, no era la que mejores esperanzas les había traído porque, sin entender cómo ni por qué, el padre llegó a la hora que tenía por costumbre, y, en vez de sentarse pacíficamente a comer, puso de manifiesto, de la manera más incontrolada, toda la agresividad que llevaba encima. Ni siquiera las bestias en sus peores momentos podían presumir de semejante animalidad. Cogió por uno de sus picos el paño floreado que cubría la mesa y tiró de él con tal arrebato que todos los cubiertos y comida, que su mujer había puesto con esmero sobre él, y por qué no decirlo, con las manos temblorosas de pavor, volaron por los aires como recién salidos de una caja de sorpresas a la que acabaran de hacer estallar. ¡Pobre mujer, se arrinconó en un ángulo de la triste habitación y no se atrevió a abrir la boca! Algunos años más tarde Leni descubrió que su padre era adicto a la bebida. Bebía coñac como quién bebe agua fresca del grifo. Y mientras él la bebía y la digería en forma de insultos y bofetadas, su familia resistía con paciencia, sumando años hacia el futuro, los hirientes malos tratos que salían de la cartera del insano. Y sumando años, Leni cumplió los dieciséis.

"Cuatro rosas y un sueño", por Ana Herrera Barba

E-BOOK
Un enfoque histórico, un trasfondo de exotismo, cuatro mujeres de otro tiempo, cuatro rosas que nos hablan desde el ayer para hacernos reflexionar sobre el presente más cercano. Cuatro mujeres que sintieron las mismas inquietudes de la mujer actual, que se entregaron a sus sueños y al amor, y que padecieron el dolor sobre sus almas de violeta. La primera es la voz de una mujer del antiguo Egipto, que dejó grabada su historia sobre una losa de piedra que se encuentra en el Museo Británico de Londres. La segunda, Hipatia, la última directora de la Biblioteca de Alejandría, primera filósofa y científica de occidente, lapidada en su ciudad en el 415 d.C. Walläda, la última princesa del califato Omeya de la ciudad de Córdoba; vivió en el siglo XI, y fue una mujer rebelde y una excelente poeta. Mumtaz Mahal, la mujer que inspiró la construcción del Taj Mahal, esa maravilla de la arquitectura moderna que Tagore bautizó como “Una lágrima en la mejilla del tiempo”. Cuatro relatos y cuatro poemas que nos desvelan las voces de ayer que no son sino las voces de hoy y las voces del mañana.